martes, 4 de septiembre de 2012

A propósito de una reflexión sobre la libertad en Bakunin

   Podemos leer en Dios y el Estado de Mijaíl Bakunin una reflexión sobre la libertad partiendo de la división entre filosofías idealistas y materialistas. Realizaré un comentario a propósito sobre una serie de elementos a tener en cuenta en nuestros días. Primero cito la parte del texto. Él viene hablando de cuáles son los límites de la libertad según las mitologías idealistas, que coincide con la de los partidarios del estado y del derecho jurídico. (1)

El individuo que goza de libertad completa en el estado natural, es decir, antes de que se haya hecho miembro de ninguna sociedad, sacrifica[Z] al entrar en esa última una parte de esa libertad a fin de que la sociedad le garantice todo lo demás. A quién demanda la explicación de esa frase, se le responde ordinariamente con otra: La libertad de cada individuo no debe tener otros límites que la de todos los demás individuos.[Y]
En apariencia, nada más justo ¿no es cierto? Y sin embargo esa frase contiene en germen toda la teoría del despotismo. Conforme a la idea fundamental de los idealistas de todas las escuelas y contrariamente a todos los hechos reales, el individuo humano aparece como un ser absolutamente libre en tanto y sólo en tanto que queda fuera de la sociedad, de donde resulta que esta última, considerada y comprendida únicamente como sociedad jurídica[X] y política, es decir como Estado, es la negación de la libertad. He ahí el resultado del idealismo; es todo lo contrario, como se ve, de las deducciones del materialismo, que conforme a lo que pasa en el mundo real, hacen proceder de la sociedad la libertad individual de los hombres como una consecuencia necesaria del desenvolvimiento colectivo de la humanidad.
La definición materialista, realista y colectivista de la libertad, por completo opuesta a la de los idealistas, es ésta: El hombre no se convierte en hombre y no llega, tanto a la conciencia como a la realización de su humanidad[W], más que en la sociedad y solamente por la acción colectiva de la sociedad entera[V]; no se emancipa del yugo de la naturaleza exterior[U] más que por el trabajo colectivo o social[V'], lo único que es capaz de transformar la superficie terrestre en una morada favorable a los desenvolvimientos de la humanidad; y sin esa emancipación material no puede haber emancipación intelectual[T] para nadie."

   Resulta más que curioso de leer en varias de sus partes si entramos en la fricción con una cosmovisión que tenemos más que metabolizada. Visto el texto, lo que queda es un camino de glosa, de ahí las señales en mitad del texto. Empezamos por el principio, la introducción de la concepción del sacrificio [Z], que nos vienen de las teorías sobre el contrato social (Rousseau en su parte amable y Hobbes en la directa, que es el que habla de que el Estado es el que tiene el monopolio de la violencia, por ejemplo), son en el discurso de carácter contestatario de la actualidad extremadamente poco ligados a lo que implica la presencia de una legislación jurídica en nuestras sociedades [X], y hasta conceptualiza su libertad a través de un listado derechos humanos y libertades sin verlos como una restricción. En cierta manera la cita que utiliza [Y], y que está tan metida en nuestro acerbo cultural que sólo con bastante esfuerzo somos capaces de rebatir, nunca dejó de tener una aplicación en lo concerniente a lo jurídico. Poca capacidad transformadora ha tenido en nuestras sociedades si no ha sido en lo jurídico.

   Sin embargo, más interesante son los elementos que ponen en juego con la definición materialista. En ese tercer párrafo quizás suene extraño a nuestro tiempo a aquello de el yugo de la naturaleza exterior [U], sin duda se plantean más problemáticas las cuestiones ecológicas a las que nos habremos de enfrentar. No obstante, una línea de interpretación nos puede resultar clarificadora, esto es, la cuestión de la supervivencia material y de que necesitamos reconvertir nuestros lugares de vida en espacios habitables. Démosle a "habitable" un valor más complejo y respetuoso del estándar, algo más bien hacia aquello que queramos construir como realizativo de nuestra humanidad.

   Es más que correcto cuando Bakunin antepone aquí la necesidad de que existan unas condiciones y deja como pospuesta y resultativa tanto la conciencia como la realización de la humanidad [W]. Será fruto de muchos ingredientes el que la argumentación transformadora y contestataria que ofrecemos como sociedad haya dejado esto de lado, será cuestión de egocentrismo, será un síntoma más de la cosmovisión general post-histórica, será acomodamiento, será incluso defecto de la concepción cientifísta, pero el caso es que hoy por hoy el hombre poco se mira con profundidad a sí mismo y tiene poca imaginación para plantearse cómo ha de construirse más allá de extendiendo valores que ya posea. Los preámbulos constitucionales, las cartas internacionales de derechos copan en demasiada medida las aspiraciones. El caso es que la emancipación intelectual [T] el común de la gente la cree conseguida teóricamente (con diferencias entre grupos, claro) aún siendo conscientes de que no hay emancipación material.

   Y es aquí donde nos encontramos con un problema revolucionario de nuestros días: si no todos los individuos sí que el conjunto social actual favorece que exista una delimitación de los recursos y metodologías revolucionarias al tener las expectativas puestas en un punto de emancipación intelectual ya existente. Es decir, hay un mensaje imperante de pretensión de desarrollo construido sobre una emancipación material falsa.

   Precisamente, en [V] y [V'] se presenta la premisa que queda pendiente: el trabajo colectivo a social. Según la postura de Bakunin esta parte es clave para afirmar qué es la vía emancipadora. Ahora bien, con respecto al problema que vengo señalando, podríamos afirmar que buena parte de la sociedad considera que ese trabajo se está dando (de ahí que tengan una meta más bien definida en la emancipación intelectual), pero frente a la felicidad de esta postura aquí ha de haber un gran problema si estamos en estas vicisitudes históricas. Precisamente si algo escasea en este mundo es el trabajo colectivo o social.

   En una sociedad altamente mercantilizada como ésta los trabajos tienen más de especulación que otra cosa, y los trabajos de ámbito social no escapan del hecho de ser reglados, limitados y en gran medida igualmente mercantilizados al definirse su funcionamiento y sus objetivos. Pero más allá de la discusión posible sobre en qué medida un trabajo es más o menos honesto y contribuye al desarrollo de la sociedad, es difícil no rechazar el hecho de que trabajos colectivos apenas existen, y más importante aún, tampoco existe acceso para trabajadores cualquiera a hacer de su forma de vida un proyecto colectivo. Por lo menos si se respetan las normas sociales dominantes. Esto es, el viejo problema de que uno es fuerza productiva pero no posee medios de producción.

   Ante esto, ante la necesidad que han de tener los colectivos de empoderarse para lograr desarrollarse encontramos de nuevo el choque con aquellas partes sociales que defienden que existe un proyecto de emancipación intelectual[T] dentro del sistema. Por ellos, otro problema generalizado es el planteamiento de alianzas entre los movimientos de transformación social, pues difícilmente se acoplan los proyectos de unos, que a la vez defienden la presencia de límites, con la necesidad de otros de violar los límites para poder empoderarse.

   Una tarea pendiente del anarquismo, o de aquellos que quieran llegar a un socialismo libertario, es el trabajo de concienciación sobre esta problemática, que estaba bastante más presente a principios del siglo pasado y que la expansión de los modelos del estado de bienestar han llegado a dejar fuera de lugar en demasiados entornos gracias a lo que antes hemos descrito. Los pueblos necesitan hacerse con proyectos de acción colectiva y para ello han de saltarse las legislaciones. Los modelos que se basaban en la defensa de que han de constituirse modelos más democráticos o de que hemos de apoyarnos solidariamente han ocupado una suerte de protagonismo que ocultaba el hecho de que el pueblo no tiene acceso a constituir su proyecto vital con trabajos colectivos. Bakunin ofrece en ese extracto una clave acertada "sin emancipación material no puede haber emancipación intelectual para nadie". ¿Para qué hablar de libertad mientras no estemos dispuestos a obrar según lo necesario para alcanzarla?


(1). La cita es a partir de Mijaíl Bakunin, Dios y el Estado, El viejo topo, Barcelona, 1997. Págs.: 25-27. El entrecorchetado obviamente no es del original, quiere cumplir una función referencial.

viernes, 1 de junio de 2012

Educación y Revolución

El argumento común en la rama del anarquismo legalista es que le educación es la vía óptima para la Revolución. También lo es en sectores amplios del progresismo reformista, aunque estos no defiendan en el mismo sentido eso de revolución, e igualmente la educación suele tenerse también como motor del progreso y avance de las autodenominadas clases medias que aspiran a ver en su descendencia la mejora de su calidad de vida por obra y virtud del extremadamente inespecífico concepto de educación.

Extremadamente inespecífico el concepto porque si ya vemos que son varios los grupos sociales que abogan por este medio es porque se concreta poco su aspiración. Una cosa notable en cuanto a esto es que en las manifestaciones y reivindicaciones en defensa de la educación esos sectores nombrados antes (también junto a corrientes comunistas y anarquismos ilegalistas) se reunen y coinciden en peticiones y observaciones más allá de lo que la lógica de su diferenciación ideológica produciría.

En cualquier caso, nos interesa más en este artículo la relación entre educación y Revolución, y lanzamos la piedra a priori contra el anarquismo legalista con la premisa de que la vía de la educación a secas es sin duda menos conflictiva que otras estrategias más directas. Pero aparte de eso, analicemos algunos puntos en cuanto al carácter de lo educativo por un lado y en cuanto a los limites y realidades del sistema público de enseñanza estatal.

En cuanto al sistema público de enseñanza, hay que decir que por ser estatal, por definición es un sistema reglamentado que se forma a través del diseño de un currículo cuyo fin es la adaptación del individuo a la sociedad dada. En este caso, pocos negarán que la sociedad es autoritaria, llena de tabúes de conducta y creencia y que en ella no es la habilidad crítica la que asegura el bienestar del individuo. Tampoco niegan muchos a estas alturas que una de las principales bondades de la educación es que forme al individuo para su incorporación al mercado laboral, algo que si pensamos en el binomio mercado y competitividad le resta también a la educación muchas de las aspiraciones que pueda tener como fuerza transformadora y de cambio a mejor. Esto, más allá de aspiraciones reformistas, que tampoco consiguieron realizar propuestas realmente diferentes en periodos de bonanza, es un problema innegable para esta relación entre educación y Revolución en tanto que educación como sistema público de enseñanza. Más valdría enfocar todos los esfuerzos y complicidades hacia experiencias de educación alternativa y libertaria.

Si el párrafo anterior veía condicionada su necesidad al querer ser expositor de ciertas condiciones dada la ola creciente de manifestaciones en defensa del sistema de educación público, pensemos ahora directamente en el carácter de lo educativo sin más, la educación y el aprendizaje como habilidades características de las personas. Para ello haremos un pequeño repaso por las principales teorías sobre el aprendizaje.

Quizás la más famosa de todas, por desgracia, es el conductismo. El esquema básico es el de que a base de condicionantes, castigos, premios y refuerzos se puede modular la conducta humana. Por desgracia el más famoso, porque gran parte de nuestros sistemas y entornos de enseñanza aplican este modelo, que aparte de irrespetuoso con el sujeto al colocarlo en una posición inferior, no atiende a las capacidades críticas que tenemos. Esto nos lleva al siguiente polo, el cognoscitivismo, que mantiene que la comprensión de las cosas se basa en la percepción y el establecimiento de relaciones entre las realidades, lo que empieza a respetar las capacidades de discernimiento de las personas. El aprendizaje cooperativo añade que niveles de igualdad y cooperación aumentan la implicación y optimizan los procesos de aprendizaje.

Una teoría especialmente poco difundida es la de la Zona de Desarrollo Próximo, que defiende que un polo predominante es el área de desarrollo potencial, es decir, que no hay que atender sólo a lo que se aprende sino que el individuo ve aumentados sus horizontes en tanto que otros sujetos y realidades le sirven como catalizador para alcanzar habilidades que como individuo puede mantener. Así, el sujeto pierde pasividad al retroalimentarse con la realidad circundante adquiriendo una categoría en la que es activo y partícipe.

Esta última teoría puede ser realmente interesante en términos sociológicos. Describíamos al inicio que amplios sectores proponen la educación como paso previo a la Revolución, que hemos de ser mejores como individuos y como sociedad para, así seguro, alcanzar una sociedad más justa. Sin embargo se deja sin atender que la realidad circundante es el principal foco de aprendizaje. Sería extenso y arduo de más empezar ahora a describir todos los factores de ideología capitalista de los que nos vemos rodeados  en la vida diaria. Sin embargo, como individuos y como colectivo podemos empezar a transformar radicalmente la sociedad en base a decisiones y acciones.

Cualquiera puede comprobar como cuando las condiciones de vida cambian, una persona cambia su comportamiento y aumenta sus capacidades. Por ejemplo, muchos de los parados hombres ahora son más participativos en el hogar, o tantos y tantos se han acostumbrado a un nivel de vida más austero y de menos derroche. El tópico de que el ser humano es el animal con mayores capacidades de adaptación al medio que sea no es en vano. Ahora lo necesario es ser plenamente conscientes como sociedad de que nos podríamos adaptar sin muchas dificultades a una vida totalmente diferente. Los tabúes sobre la desaparición de la propiedad privada y la autoridad para gran parte de la población, que habitualmente se califican como utopías, que se responden con un "la sociedad no está preparada", son realmente el proyecto directo por el que luchar en la convicción de que como seres humanos estamos preparados para adaptarnos, aprender y avanzar en los mundos que construyamos. Avanzar realmente cuando no estemos limitados por los muros de la sociedad que heredamos.

La posposición de la Revolución a la educación es, seamos serios en nuestro análisis un sine die, una postura ingenua que se alimenta de la tendencia a minimizar el conflicto. Si queremos educarnos en la Revolución, dadas nuestras características, habrá de ser mientras estemos realmente en el entorno revolucionario.

Las tradiciones de genuina insurrección antiautoritaria y colectivización son nuestro campo real para buscar la libertad en un grado que las reivindicaciones sobre derechos y ciudadanías posibles en este orden económico no pueden ofrecernos.

domingo, 27 de mayo de 2012

Pedir cambios

La gente pide cambios como si quisiera verlos, como si quisiera consumirlos, esperando que como otros productos otros los realicen. Hasta aquí ha llegado el papel pasivo y receptor de una sociedad que se alejó en demasiados puntos de las capacidades originales del ser humano y ahora se ahoga en las consecuencias de su vida en una formas y límites sociales diseñados por otros.

qué dirás sin la reyerta

y tú precioso
qué dirás sin la reyerta
que aflojaste el ojo y el labio
que aceptaste su mierda viable
que perdido el rencor quisiste ganar
un puesto en su tecnología

De futuro anterior

martes, 1 de mayo de 2012

De nada vale el 1º de mayo celebrado como fiesta santificada. Puesto como día en el calendario gubernamental para que se escuche menos la reflexión subversiva que tanto necesitamos los que queremos vivir en libertad.

La jornada laboral de 8 horas que se pedía en aquel 1886 no apuntaba a lo que hoy los estados reconocen como derechos. Tampoco a lo que reconocen como libertades. Ni siquiera a lo que son hoy los servicios públicos del estado del bienestar. En aquella época, en aquella segunda mitad del XIX y aquella primera del XX, no ya sólo la reivindicación sino la lucha estaba en que fuera imposible que existieran ricos y pobres. Era contra el capitalismo.

Sin embargo, estos días se sale en defensa de la sanidad publica, en defensa de la educación pública, contra el paro, por la dación en pago, y en defensa de esa extraña noción oracular y ambigua de los derechos ciudadanos. De ahí que esté institucionalizada, que este 1 de mayo sea fiesta, porque no se ataca al capitalismo. Más al contrario, sirve para ejemplarizar una forma de lucha pacífica, demonizando por virtud de nuestra filosofía occidental idealista y polarizadora otros tipos de lucha, categorizados directamente como violentos. Es decir, que sirve para decir quien es el buen ciudadano, el manso, y quién es el mal ciudadano, el peligroso.

En estos días, el buen ciudadano difícilmente pensará que es el sistema de propiedad privada el que limita su capacidad de lucha y transformación hacia una sociedad justa, no gritará "abajo la propiedad privada". Dado que existe esa enunciación oracular de los derechos del hombre, el buen ciudadano buscará la mejora de sus condiciones a través de la justicia y la legislación sin cuestionarse cual es el origen de las leyes y cuál es su función. Así, tampoco gritará "abajo el imperio de la ley". De la misma forma, cuando su gobierno legítimo, legítimo por ley, tome medidas que no quieren, no dirá "fuera los sistemas de gobierno por representación". Es más, cuando las fuerzas policiales repriman, pocos pensarán en si en realidad es necesaria la existencia de la policía, no llegará su concepto de dignidad a eso.

Por virtud del buen ejemplo, por ser la fiesta santificada y por la presión social del buen ciudadano la lucha estará falseada. Tan falseado como aquel de clase trabajadora que se autodefine como clase media. Maldito sea el 1 de mayo mientras el trabajador reflexione sobre sí mismo según el sistema de creencias de una clase que no es la suya.

Aún así, esto cambiará. Habrá cada vez más gente que piense que una revolución no es salir de paseo masivamente por las calles con las manos alzadas. Aunque sea porque su propio instinto sea el que se lo diga cansado ya y humillado de jugar al juego de otros, aunque sea como animal que se revuelve.

jueves, 12 de abril de 2012

Ambición

Lo que se perdió hace tiempo fue la ambición, pero no la clase de ambición que se nos viene primera a la cabeza en medio de esta vida de propiedad privada de acaparar en prejuicio de otros, sino la ambición colectiva de querer llegar a ser lo que podemos ser como pueblo.

En medio de la vorágine de estos días, los sectores progresistas se manifiestan y hacen llamamientos por la defensa de servicios públicos como la educación, la sanidad y las ayudas a la dependencia; también en defensa de los derechos de libertad de expresión, de manifestación e incluso parece que van a enunciar el nuevo derecho a no ser aporreado, acribillado o asesinado a manos de la policía. No obstante, hay posicionamientos que mantienen que la enunciación de la defensa de estos derechos y servicios es meramente conservadora, por mucho que en las últimas décadas se hayan situado como referentes de los logros de la lucha de la izquierda. El problema de estos días es que estos posicionamientos son aún minoritarios o están diluidos en movimientos de unidad junto a progresistas y reformistas, quedando la ambición de transformar este mundo en algo bien diferente demasiado oculta para el conjunto de los pueblos.

La ambición perdida diría en primer lugar que los llamados derechos deberían ser realidades y capacidades cuya enunciación sólo significa restricción. Pero como esa cuestión puede resultar algo excesivamente metafísico, pasaremos a ejemplos más prosaicos como son los llamados servicios y coberturas sociales.

Por mucho que se tengan en estima los servicios públicos como la educación o la sanidad, estos son sistemas que ni funcionan bien ni intentan alejarse de las restricciones inherentes a su forma. Por ejemplo, la sanidad es el reflejo de una sola forma de entenderla, la occidental, y en ningún momento se dirige hacia las causas que producen mala calidad de vida. También la educación sigue modelos excesivamente rígidos tanto en estructura como en el currículo cultural produciendo individuos que sólo salen de la ineptitud en tanto que sean ellos los que persigan motivaciones e intereses. Hace mucho tiempo que la educación es una herramienta de estandarización de individuos además de ser un lugar donde la socialización se muestra más efectiva en crear roles de liderazgo, marginación y consumo.

Pero aún iríamos mucho más allá si nos damos cuenta de que se habla de conciliación con la vida laboral sin plantearse que es el propio modelo laboral en todas sus variables el que hace que las personas trabajen para propietarios y no para la colectividad. Igualmente, la vida entendida como privada, con formas específicas de organización y vivienda que hablan por sí solas, es extremadamente limitadora en la capacidad que tenemos de nuestros niños, mayores, enfermos o incluso de nosotros mismos. ¿Qué soluciones optimas puede dar una ley de dependencia o una directiva de conciliación?

Más allá iríamos si pensáramos en la mierda agro-química de la que nos alimentamos que limita nuestras sensualidades y nos hace enfermizos. O en cómo los modelos privados de producción basados en la financiación y el beneficio monetario entorpecen sobremanera el desarrollo e implantación de energías y formas de producción que no conviertan extensiones y basureros. O en cómo el urbanismo modela nuestros entornos de vida creando un diseño optimizado para separar los conjuntos y fomentar el consumo y hacer de todos nuestros núcleos urbanos el mismo, y que ese urbanismo hable de zonas verdes mientras no contemplamos que el barro es miles de veces más saludable que el alquitrán.

Y no pensamos como pueblos que para transformar el mundo en algo más humano y en equilibrio con lo natural es necesario dejar de lado las formas de propiedad privada, porque la propiedad limita la capacidad que tenemos de producirlo. Y no pensamos que toda forma de jerarquía social limita lo efectiva que puede ser la comunicación entre personas para legar a mejores formas de organización.

Perdida la ambición, se agrupan las gentes en banderas por la defensa de servicios estatales y de derechos. Perdida la ambición, se pactan conciertos que en ningún momento resuelven los problemas que hemos tenido durante muchos siglos. Perdida la ambición, no hay horizontes que nos lleven a luchar, luchar superando dicotomías absurdas como la de violencia/no-violencia, luchar por un nosotros realmente mejor, como ya se hizo en otros tiempos. Perdida la ambición de querer ser algo más allá de los límites puestos, el debate sólo queda entre ser  esclavos o siervos.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Cuando se repite y se reitera

Cuando se repite y se reitera por parte de unos que se desvinculan de la violencia de otros, quizá es que puede que empiece el tiempo de no sentirse vinculados a ellos. Simplemente. No sentirse vinculados a ellos más que por lo que son, por ser personas, y porque tienen y tendrán espacio en el mundo por el que sí luchamos. Quiero decir que puede que tengamos que empezar a pensar si las luchas por funcionarios o porque no haya recortes presupuestarios en organismos públicos son nuestra lucha. Luchar, entonces, por nuestro bando y enfocar nuestra fuerza estratégica en hacer que cundan nuestras opiniones y nuestras opciones.

Es un dolor que llega a ser absurdo el que una y otra vez escuchemos decir que somos alborotadores, vándalos y violentos de las bocas de gente que están en el mismo lado de la calle. Y no es algo extraño o nuevo. Quizás es que ni es un conflicto o un eterno debate dentro de un bando. Quizás es que llega el tiempo, aunque este tiempo nunca haya dejado de estar ahí, de que una mayoría de los que defendemos otra cosa bien distinta digamos sin rodeos ni miedos que es cierto, que no somos ni estudiantes ni médicos ni trabajadores sociales ni altermundistas, que lo que somos es gente que está convencida de que lo que se necesita es que desaparezca el dinero y toda forma de propiedad privada, que desaparezca también el estado y toda forma de autoridad.

Habrá gente de los que estén en nuestro lado de la calle que volverán a decir que lo mismo que ya dicen al fin y al cabo. Pero lo que no puede ser es que no gritemos a los cuatro vientos que nosotros no vamos de reformas, que no queremos mantener privilegios ni comodidades de nadie, que nos dan igual las listas de derechos, las constituciones y las ciudadanías. Es más, nada debe de haber de malo en afirmar que ni queremos hablar en esos términos ni queremos negociar, ni pactar y menos pedir. Afirmemos que nuestro plan es tomarlo, y que nuestra muestra de bondad con los pequeños reyezuelos es aconsejarles que salgan corriendo.

La desvinculación que hemos de afrontar supone tomar independencia de los límites que se aceptaron en las constituciones y en cada ley que han ido escribiendo. Si no somos visibles en esa rotundidad no haremos la diferencia necesaria para comenzar una revolución.