jueves, 12 de abril de 2012

Ambición

Lo que se perdió hace tiempo fue la ambición, pero no la clase de ambición que se nos viene primera a la cabeza en medio de esta vida de propiedad privada de acaparar en prejuicio de otros, sino la ambición colectiva de querer llegar a ser lo que podemos ser como pueblo.

En medio de la vorágine de estos días, los sectores progresistas se manifiestan y hacen llamamientos por la defensa de servicios públicos como la educación, la sanidad y las ayudas a la dependencia; también en defensa de los derechos de libertad de expresión, de manifestación e incluso parece que van a enunciar el nuevo derecho a no ser aporreado, acribillado o asesinado a manos de la policía. No obstante, hay posicionamientos que mantienen que la enunciación de la defensa de estos derechos y servicios es meramente conservadora, por mucho que en las últimas décadas se hayan situado como referentes de los logros de la lucha de la izquierda. El problema de estos días es que estos posicionamientos son aún minoritarios o están diluidos en movimientos de unidad junto a progresistas y reformistas, quedando la ambición de transformar este mundo en algo bien diferente demasiado oculta para el conjunto de los pueblos.

La ambición perdida diría en primer lugar que los llamados derechos deberían ser realidades y capacidades cuya enunciación sólo significa restricción. Pero como esa cuestión puede resultar algo excesivamente metafísico, pasaremos a ejemplos más prosaicos como son los llamados servicios y coberturas sociales.

Por mucho que se tengan en estima los servicios públicos como la educación o la sanidad, estos son sistemas que ni funcionan bien ni intentan alejarse de las restricciones inherentes a su forma. Por ejemplo, la sanidad es el reflejo de una sola forma de entenderla, la occidental, y en ningún momento se dirige hacia las causas que producen mala calidad de vida. También la educación sigue modelos excesivamente rígidos tanto en estructura como en el currículo cultural produciendo individuos que sólo salen de la ineptitud en tanto que sean ellos los que persigan motivaciones e intereses. Hace mucho tiempo que la educación es una herramienta de estandarización de individuos además de ser un lugar donde la socialización se muestra más efectiva en crear roles de liderazgo, marginación y consumo.

Pero aún iríamos mucho más allá si nos damos cuenta de que se habla de conciliación con la vida laboral sin plantearse que es el propio modelo laboral en todas sus variables el que hace que las personas trabajen para propietarios y no para la colectividad. Igualmente, la vida entendida como privada, con formas específicas de organización y vivienda que hablan por sí solas, es extremadamente limitadora en la capacidad que tenemos de nuestros niños, mayores, enfermos o incluso de nosotros mismos. ¿Qué soluciones optimas puede dar una ley de dependencia o una directiva de conciliación?

Más allá iríamos si pensáramos en la mierda agro-química de la que nos alimentamos que limita nuestras sensualidades y nos hace enfermizos. O en cómo los modelos privados de producción basados en la financiación y el beneficio monetario entorpecen sobremanera el desarrollo e implantación de energías y formas de producción que no conviertan extensiones y basureros. O en cómo el urbanismo modela nuestros entornos de vida creando un diseño optimizado para separar los conjuntos y fomentar el consumo y hacer de todos nuestros núcleos urbanos el mismo, y que ese urbanismo hable de zonas verdes mientras no contemplamos que el barro es miles de veces más saludable que el alquitrán.

Y no pensamos como pueblos que para transformar el mundo en algo más humano y en equilibrio con lo natural es necesario dejar de lado las formas de propiedad privada, porque la propiedad limita la capacidad que tenemos de producirlo. Y no pensamos que toda forma de jerarquía social limita lo efectiva que puede ser la comunicación entre personas para legar a mejores formas de organización.

Perdida la ambición, se agrupan las gentes en banderas por la defensa de servicios estatales y de derechos. Perdida la ambición, se pactan conciertos que en ningún momento resuelven los problemas que hemos tenido durante muchos siglos. Perdida la ambición, no hay horizontes que nos lleven a luchar, luchar superando dicotomías absurdas como la de violencia/no-violencia, luchar por un nosotros realmente mejor, como ya se hizo en otros tiempos. Perdida la ambición de querer ser algo más allá de los límites puestos, el debate sólo queda entre ser  esclavos o siervos.