viernes, 1 de junio de 2012

Educación y Revolución

El argumento común en la rama del anarquismo legalista es que le educación es la vía óptima para la Revolución. También lo es en sectores amplios del progresismo reformista, aunque estos no defiendan en el mismo sentido eso de revolución, e igualmente la educación suele tenerse también como motor del progreso y avance de las autodenominadas clases medias que aspiran a ver en su descendencia la mejora de su calidad de vida por obra y virtud del extremadamente inespecífico concepto de educación.

Extremadamente inespecífico el concepto porque si ya vemos que son varios los grupos sociales que abogan por este medio es porque se concreta poco su aspiración. Una cosa notable en cuanto a esto es que en las manifestaciones y reivindicaciones en defensa de la educación esos sectores nombrados antes (también junto a corrientes comunistas y anarquismos ilegalistas) se reunen y coinciden en peticiones y observaciones más allá de lo que la lógica de su diferenciación ideológica produciría.

En cualquier caso, nos interesa más en este artículo la relación entre educación y Revolución, y lanzamos la piedra a priori contra el anarquismo legalista con la premisa de que la vía de la educación a secas es sin duda menos conflictiva que otras estrategias más directas. Pero aparte de eso, analicemos algunos puntos en cuanto al carácter de lo educativo por un lado y en cuanto a los limites y realidades del sistema público de enseñanza estatal.

En cuanto al sistema público de enseñanza, hay que decir que por ser estatal, por definición es un sistema reglamentado que se forma a través del diseño de un currículo cuyo fin es la adaptación del individuo a la sociedad dada. En este caso, pocos negarán que la sociedad es autoritaria, llena de tabúes de conducta y creencia y que en ella no es la habilidad crítica la que asegura el bienestar del individuo. Tampoco niegan muchos a estas alturas que una de las principales bondades de la educación es que forme al individuo para su incorporación al mercado laboral, algo que si pensamos en el binomio mercado y competitividad le resta también a la educación muchas de las aspiraciones que pueda tener como fuerza transformadora y de cambio a mejor. Esto, más allá de aspiraciones reformistas, que tampoco consiguieron realizar propuestas realmente diferentes en periodos de bonanza, es un problema innegable para esta relación entre educación y Revolución en tanto que educación como sistema público de enseñanza. Más valdría enfocar todos los esfuerzos y complicidades hacia experiencias de educación alternativa y libertaria.

Si el párrafo anterior veía condicionada su necesidad al querer ser expositor de ciertas condiciones dada la ola creciente de manifestaciones en defensa del sistema de educación público, pensemos ahora directamente en el carácter de lo educativo sin más, la educación y el aprendizaje como habilidades características de las personas. Para ello haremos un pequeño repaso por las principales teorías sobre el aprendizaje.

Quizás la más famosa de todas, por desgracia, es el conductismo. El esquema básico es el de que a base de condicionantes, castigos, premios y refuerzos se puede modular la conducta humana. Por desgracia el más famoso, porque gran parte de nuestros sistemas y entornos de enseñanza aplican este modelo, que aparte de irrespetuoso con el sujeto al colocarlo en una posición inferior, no atiende a las capacidades críticas que tenemos. Esto nos lleva al siguiente polo, el cognoscitivismo, que mantiene que la comprensión de las cosas se basa en la percepción y el establecimiento de relaciones entre las realidades, lo que empieza a respetar las capacidades de discernimiento de las personas. El aprendizaje cooperativo añade que niveles de igualdad y cooperación aumentan la implicación y optimizan los procesos de aprendizaje.

Una teoría especialmente poco difundida es la de la Zona de Desarrollo Próximo, que defiende que un polo predominante es el área de desarrollo potencial, es decir, que no hay que atender sólo a lo que se aprende sino que el individuo ve aumentados sus horizontes en tanto que otros sujetos y realidades le sirven como catalizador para alcanzar habilidades que como individuo puede mantener. Así, el sujeto pierde pasividad al retroalimentarse con la realidad circundante adquiriendo una categoría en la que es activo y partícipe.

Esta última teoría puede ser realmente interesante en términos sociológicos. Describíamos al inicio que amplios sectores proponen la educación como paso previo a la Revolución, que hemos de ser mejores como individuos y como sociedad para, así seguro, alcanzar una sociedad más justa. Sin embargo se deja sin atender que la realidad circundante es el principal foco de aprendizaje. Sería extenso y arduo de más empezar ahora a describir todos los factores de ideología capitalista de los que nos vemos rodeados  en la vida diaria. Sin embargo, como individuos y como colectivo podemos empezar a transformar radicalmente la sociedad en base a decisiones y acciones.

Cualquiera puede comprobar como cuando las condiciones de vida cambian, una persona cambia su comportamiento y aumenta sus capacidades. Por ejemplo, muchos de los parados hombres ahora son más participativos en el hogar, o tantos y tantos se han acostumbrado a un nivel de vida más austero y de menos derroche. El tópico de que el ser humano es el animal con mayores capacidades de adaptación al medio que sea no es en vano. Ahora lo necesario es ser plenamente conscientes como sociedad de que nos podríamos adaptar sin muchas dificultades a una vida totalmente diferente. Los tabúes sobre la desaparición de la propiedad privada y la autoridad para gran parte de la población, que habitualmente se califican como utopías, que se responden con un "la sociedad no está preparada", son realmente el proyecto directo por el que luchar en la convicción de que como seres humanos estamos preparados para adaptarnos, aprender y avanzar en los mundos que construyamos. Avanzar realmente cuando no estemos limitados por los muros de la sociedad que heredamos.

La posposición de la Revolución a la educación es, seamos serios en nuestro análisis un sine die, una postura ingenua que se alimenta de la tendencia a minimizar el conflicto. Si queremos educarnos en la Revolución, dadas nuestras características, habrá de ser mientras estemos realmente en el entorno revolucionario.

Las tradiciones de genuina insurrección antiautoritaria y colectivización son nuestro campo real para buscar la libertad en un grado que las reivindicaciones sobre derechos y ciudadanías posibles en este orden económico no pueden ofrecernos.